A la derecha, Bernd Stange. Sí, el que se parece a Slobodan Milosevic.
Imagino a Udai Hussein, el hijo de Sadam, el iluminado que mezclaba el bilardismo con los métodos de los Jemeres Rojos, el que torturaba a muerte a los desgraciados que fallaban los penaltis, eligiendo a su nuevo entrenador. Cuando le presentaron la ficha de un tipo caído en el olvido porque se había descubierto que fue inofizieller mitarbeiter, es decir, informador no oficial de la Stasi, cuando entrenaba a la selección nacional de la RDA, no lo dudó. Había que fichar a ese Bernd Stange.
Imagino el orgullo que debió de sentir Aleksander Lukashenko, el último dictador de Europa, timonel de una Bielorrusia aislada pero orgullosa de sus koljozes y sus sovjozes, que echa lagrimitas si ve estampitas de la URSS, cuando le presentaron el currículum de su nuevo seleccionador. Un tal Bernd Stange.
Y, sin embargo, por segunda vez en su vida le echaron por traidor. En 2004, aunque el país apenas gozaba de infraestructuras para jugar al fútbol, tuvo que dejarlo por miedo a perder la vida. Ya habían disparado a su chófer nada más bajarse él del automóvil. Pero todo empeoró cuando aparecieron unas fotos suyas con Jack Straw, ministro de Exteriores británico, en un acto para promocionar el fútbol en el país petrolero. Siguió dirigiendo desde el exilio y consiguió alcanzar las semifinales en Atenas.
Tras un exitoso paso por Chipre, en 2007 aceptó trabajar en la limpísima Minsk. Con una banda y Aleksander Hleb, ha ganado a Holanda y logrado empates con Argentina y Alemania, aunque no se ha clasificado para el Mundial. Seguramente su corazoncito en el campeonato estará con Corea del Norte, su más que probable próximo destino. Sólo falta que alguien le pase a Kim Jong Il el currículum de un tal Bernd Stange. Dicen que en Pyongiang no se ve un chicle por el suelo.
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Por Rocheteau
Imagino el careto de los jefazos de la Stasi, descojonados, cuando leían en las secciones de deportes de los diarios de Alemania occidental eso de que "lo que se dice en un vestuario es secreto". En la RDA, hasta las conversaciones de los futbolistas en el retrete eran de interés para el partido. Todo gracias a tipos como Bernd Stange.
Imagino a Udai Hussein, el hijo de Sadam, el iluminado que mezclaba el bilardismo con los métodos de los Jemeres Rojos, el que torturaba a muerte a los desgraciados que fallaban los penaltis, eligiendo a su nuevo entrenador. Cuando le presentaron la ficha de un tipo caído en el olvido porque se había descubierto que fue inofizieller mitarbeiter, es decir, informador no oficial de la Stasi, cuando entrenaba a la selección nacional de la RDA, no lo dudó. Había que fichar a ese Bernd Stange.
Imagino el orgullo que debió de sentir Aleksander Lukashenko, el último dictador de Europa, timonel de una Bielorrusia aislada pero orgullosa de sus koljozes y sus sovjozes, que echa lagrimitas si ve estampitas de la URSS, cuando le presentaron el currículum de su nuevo seleccionador. Un tal Bernd Stange.
A Bernd Stange, 61 años, sajón, le gustan los regímenes políticos como las servilletas: bien planchados. Además de un entrenador apañado es un soldado cumplidor: acata órdenes, no hace preguntas y cuando la prensa extranjera le pregunta por la situación en Bielorrusia, un país donde Lukashenko lleva en el poder desde 1994 y en 2006 ganó con más del 80% de los votos, es capaz de responder esto: "Vivo en Minsk. No lo creerá, pero es una de las ciudades más limpias que he visto en mi vida. Y he visto muchas. Tienen un buen estilo de vida y me gusta estar aquí. Me gusta mi trabajo".
Bernd Stange es el entrenador de los dictadores. Nunca nadie dedicado al balón ha reunido una hoja de servicios tan meritoria casi siempre al servicio de algún sátrapa (también le van los que tienen poco carisma: en 2001 dirigó al sultanato de Omán).
Primer despido por traidor
Empezó como un obrero del fútbol en las categorías menores del fútbol de la Alemania del Este. Al chico eso del partido único le tiraba. Así que en el fútbol hizo camino en su versión futbolera: la federación. Tras foguearse en el Carl Zeiss Jena, entrena a varias selecciones juveniles para luego tomar las riendas de la RDA.
En los archivos de la Stasi, Stange aparecía con el nombre en clave de Kurt Wegner. Al poco de caer el muro, entra en el banquillo del Hertha, el gran equipo de Berlín oeste. Entonces se abre el túnel negro y kilométrico de los cajones del espionaje alemán y se descubre su carné de soplón del régimen. Lo echaron por traidor.
Bernd Stange es el entrenador de los dictadores. Nunca nadie dedicado al balón ha reunido una hoja de servicios tan meritoria casi siempre al servicio de algún sátrapa (también le van los que tienen poco carisma: en 2001 dirigó al sultanato de Omán).
Primer despido por traidor
Empezó como un obrero del fútbol en las categorías menores del fútbol de la Alemania del Este. Al chico eso del partido único le tiraba. Así que en el fútbol hizo camino en su versión futbolera: la federación. Tras foguearse en el Carl Zeiss Jena, entrena a varias selecciones juveniles para luego tomar las riendas de la RDA.
En los archivos de la Stasi, Stange aparecía con el nombre en clave de Kurt Wegner. Al poco de caer el muro, entra en el banquillo del Hertha, el gran equipo de Berlín oeste. Entonces se abre el túnel negro y kilométrico de los cajones del espionaje alemán y se descubre su carné de soplón del régimen. Lo echaron por traidor.
Tras dar varios tumbos por equipos del Este de Europa y de la extinta RDA, donde importaba menos su pasado, encuentra madriguera en Australia. ¿Demasiadas libertades para Bernd? El caso es que en 2002 acepta el encargo de Irak.
Entrenar al país en época de Sadam, en plena guerra e incluso durante la ocupación internacional posterior tiene su miga. Sobre todo porque consiguió colocar a una selección sin estadio ni techo en el puesto 45 de la FIFA, por encima de Gales y Escocia.
Contaba Stange con humor alemán que, bajo el régimen de terror de Udai, no había nadie que quisiera tirar los penaltis comprometidos por el temor de que le hicieran la picana al llegar al vestuario. Y luego hablan de miedo escénico. Muerto el dictador, al primer penalti decisivo, se presentaron siete jugadores iraquíes en el área peleándose por colocar el balón en el punto de cal. Qué mejor metáfora de la democracia.
Disparos al chófer
En Alemania se montó un escándalo como sólo el Bild es capaz de fabricar cuando apareció su foto, sonriente, ante un retrato del rais. Asegura que el fotógrafo le pedía que se moviera hacia su derecha sin dejar de sonreír. Mirar a su espalda le habría salvado. También a los jugadores de la RDA que hablaban libremente cuando él se encontraba en el vestuario.
Eso sí, de criticar a los dictadores, nada de nada. "He trabajado para regímenes comunistas, capitalistas, para un sultanato y un dictador [la lista se incrementaría después. Entonces no había entrenado a Bielorrusia], pero mi trabajo es siempre el mismo. Meter la pelota en la red".
Entrenar al país en época de Sadam, en plena guerra e incluso durante la ocupación internacional posterior tiene su miga. Sobre todo porque consiguió colocar a una selección sin estadio ni techo en el puesto 45 de la FIFA, por encima de Gales y Escocia.
Contaba Stange con humor alemán que, bajo el régimen de terror de Udai, no había nadie que quisiera tirar los penaltis comprometidos por el temor de que le hicieran la picana al llegar al vestuario. Y luego hablan de miedo escénico. Muerto el dictador, al primer penalti decisivo, se presentaron siete jugadores iraquíes en el área peleándose por colocar el balón en el punto de cal. Qué mejor metáfora de la democracia.
Disparos al chófer
En Alemania se montó un escándalo como sólo el Bild es capaz de fabricar cuando apareció su foto, sonriente, ante un retrato del rais. Asegura que el fotógrafo le pedía que se moviera hacia su derecha sin dejar de sonreír. Mirar a su espalda le habría salvado. También a los jugadores de la RDA que hablaban libremente cuando él se encontraba en el vestuario.
Eso sí, de criticar a los dictadores, nada de nada. "He trabajado para regímenes comunistas, capitalistas, para un sultanato y un dictador [la lista se incrementaría después. Entonces no había entrenado a Bielorrusia], pero mi trabajo es siempre el mismo. Meter la pelota en la red".
Y, sin embargo, por segunda vez en su vida le echaron por traidor. En 2004, aunque el país apenas gozaba de infraestructuras para jugar al fútbol, tuvo que dejarlo por miedo a perder la vida. Ya habían disparado a su chófer nada más bajarse él del automóvil. Pero todo empeoró cuando aparecieron unas fotos suyas con Jack Straw, ministro de Exteriores británico, en un acto para promocionar el fútbol en el país petrolero. Siguió dirigiendo desde el exilio y consiguió alcanzar las semifinales en Atenas.
Tras un exitoso paso por Chipre, en 2007 aceptó trabajar en la limpísima Minsk. Con una banda y Aleksander Hleb, ha ganado a Holanda y logrado empates con Argentina y Alemania, aunque no se ha clasificado para el Mundial. Seguramente su corazoncito en el campeonato estará con Corea del Norte, su más que probable próximo destino. Sólo falta que alguien le pase a Kim Jong Il el currículum de un tal Bernd Stange. Dicen que en Pyongiang no se ve un chicle por el suelo.
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