miércoles, 2 de marzo de 2011

Libres y directos: Kaká


Esperando a Bobby Fischer

Por el gordo de Minnessotta

Bobby Fischer, leyenda indomable del ajedrez y hombre atormentado por su elevadísimo coeficiente intelectual, falleció hace tres años. Tras derrotar al soviético Boris Spassky en 1972 y convertirse en símbolo de la guerra fría, Fischer desapareció en 1975 sin dejar rastro. Siete años más tarde nació Ricardo Kaká, futbolista de etiqueta, elegante de cuna, del que se asegura que ha muerto para el fútbol. Al menos el de élite, donde compite el Real Madrid, que es lo que interesa. Por eso, mis colegas de FNF lo venderían por un chelín a cualquier equipo de la madre Rusia. Algunos aún le esperamos. Y mi razón se llama Bobby Fischer. Me explico.

Hace ya dos meses que Kaká regresó de su particular calvario de pubalgias y sospechas de absentismo laboral, pero su fútbol está en busca y captura. Nadie sabe dónde están sus fintas de salón, los regates imposibles, esa zancada de niño pijo que sembraba de envidia los campos de fútbol. Un misterio. Como el del talento perdido de Fischer, esa inteligencia capaz de virar el sentido de una guerra, aunque fuese fría. Fue tentado para volver al carril de la sociedad, aunque a la inmensa mayoría le diese igual el ajedrez. Ignoraban qué era un peón o un alfil, lo que querían era contemplar ese derroche de inteligencia que manaba en cada movimiento, en cada jugada.

Con la llegada de internet, por los foros corrió la leyenda de que Fischer competía en partidas online bajo un seudónimo. Seguramente fuese una burda mentira más de las que plagan la red, pero ese rumor respondía a un deseo, a una ilusión: volver a sentir la inmensidad de su talento. Aún hoy muchos creen que su muerte sólo fue una treta más para lograr su anhelado olvido. Igual que muchos seguimos creyendo que la supuesta defunción deportiva de Kaká es eso, un supuesto, que su fútbol volverá a florecer. En otras palabras, seguimos esperando a nuestro Bobby Fischer.


Kaká, activo virtual
Por Halftown


Ricardo Kaká se define a sí mismo en su Twitter como un cristiano, marido y padre que ama el fútbol. Por ese orden. Gracias a una atención minuciosa a todo el que le escribe, el brasileño ha conseguido alcanzar casi tres millones de followers, muy por delante de los 759.000 de Iniesta, los casi dos millones de CR9, y más del doble de los que tiene Real Madrid.

Hace no tanto que Kaká era mucho más que una estrella virtual. Dieciocho meses miserables no deberían hacernos olvidar el pedazo de futbolista que es el brasileño. Decía el otro día Segurola que Di María y Ozil le habían sacado de rueda. Quizá sí, pero también dijo Johan Cruyff que los buenos futbolistas siempre pueden jugar juntos.

Cuando hace año y medio se vistió de blanco, los expertos calculaban que los productos derivados Kaká iban a hacer ingresar al Madrid 90 millones de euros. Ocho meses de lesión y cero títulos más tarde, el brasileño es la bandera del fracaso momentáneo de la galaxia blanca 2.0. Y aun así le eligieron para salir en la portada del FIFA 2011. ¿Cuánto podrá sobrevivir la marca Kaká sin Kaká el futbolista?

Si bien en lo deportivo sigue sin distinguir los árboles del bosque, el libro de cuentas de Florentino Pérez sabe que hay que vender cuando se cotiza al alza. A punto de cumplir 29 años, el activo patrimonial Kaká tiene contrato hasta 2015. Margen de sobra para revalorizarse.


Del Balón de Oro al Marca Leyenda
Por Rocheteau

Kaká llegó a España con un Balón de Oro. Y se irá con un MARCA Leyenda. En ese viaje argumental, de la joya a la bisutería, se resume el tránsito de mejor jugador del mundo a inane mediapunta que ha sufrido Ricardo el de los 65 en el Real Madrid. Una cosa no ha cambiado, seguiría dejándole a cargo de mi hermana un sábado por la noche sin mucho resquemor.

Sigue habiendo quien mira al de la rectilínea dentadura con postración genuflexa. Normal. Cada gran jugador consigue una cuota de fieles que se mantienen incólumes como los japoneses que seguían peleando a finales de los 40, en alguna isla del Pacífico, por un Ejército que había perdido la II Guerra Mundial cinco años antes. Si encima esos fans un día picaron en su terruño olvidado y les salió gas, y quieren pagarse un rato de Kaká, como Gadafi se llevó a Beyoncé para un concierto privado, pues nada, a poner la mano y salir silbando, como en los buenos cómics.

Podría ser peor. En Inglaterra muchos ex jugadores terminan amenizando, con chistes encontrados en manuales, cenas en restaurantes de provincia una vez terminado el partido del día. La gente paga su cuota y así pueden pensar en que ellos también conocieron a aquel famoso lateral del Newcastle mientras contemplan su dentadura postiza. Son los famosos after dinner's speech. Kaká ni siquiera podría. Nadie pagaría un maldito duro por cenar con un tío sin gracia.

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