
Por Rocheteau
Imagino el careto de los jefazos de la Stasi, descojonados, cuando leían en las secciones de deportes de los diarios de Alemania occidental eso de que "lo que se dice en un vestuario es secreto". En la RDA, hasta las conversaciones de los futbolistas en el retrete eran de interés para el partido. Todo gracias a tipos como Bernd Stange.

Imagino el orgullo que debió de sentir Aleksander Lukashenko, el último dictador de Europa, timonel de una Bielorrusia aislada pero orgullosa de sus koljozes y sus sovjozes, que echa lagrimitas si ve estampitas de la URSS, cuando le presentaron el currículum de su nuevo seleccionador. Un tal Bernd Stange.

Bernd Stange es el entrenador de los dictadores. Nunca nadie dedicado al balón ha reunido una hoja de servicios tan meritoria casi siempre al servicio de algún sátrapa (también le van los que tienen poco carisma: en 2001 dirigó al sultanato de Omán).
Primer despido por traidor
Empezó como un obrero del fútbol en las categorías menores del fútbol de la Alemania del Este. Al chico eso del partido único le tiraba. Así que en el fútbol hizo camino en su versión futbolera: la federación. Tras foguearse en el Carl Zeiss Jena, entrena a varias selecciones juveniles para luego tomar las riendas de la RDA.
En los archivos de la Stasi, Stange aparecía con el nombre en clave de Kurt Wegner. Al poco de caer el muro, entra en el banquillo del Hertha, el gran equipo de Berlín oeste. Entonces se abre el túnel negro y kilométrico de los cajones del espionaje alemán y se descubre su carné de soplón del régimen. Lo echaron por traidor.

Entrenar al país en época de Sadam, en plena guerra e incluso durante la ocupación internacional posterior tiene su miga. Sobre todo porque consiguió colocar a una selección sin estadio ni techo en el puesto 45 de la FIFA, por encima de Gales y Escocia.
Contaba Stange con humor alemán que, bajo el régimen de terror de Udai, no había nadie que quisiera tirar los penaltis comprometidos por el temor de que le hicieran la picana al llegar al vestuario. Y luego hablan de miedo escénico. Muerto el dictador, al primer penalti decisivo, se presentaron siete jugadores iraquíes en el área peleándose por colocar el balón en el punto de cal. Qué mejor metáfora de la democracia.
Disparos al chófer
En Alemania se montó un escándalo como sólo el Bild es capaz de fabricar cuando apareció su foto, sonriente, ante un retrato del rais. Asegura que el fotógrafo le pedía que se moviera hacia su derecha sin dejar de sonreír. Mirar a su espalda le habría salvado. También a los jugadores de la RDA que hablaban libremente cuando él se encontraba en el vestuario.
Eso sí, de criticar a los dictadores, nada de nada. "He trabajado para regímenes comunistas, capitalistas, para un sultanato y un dictador [la lista se incrementaría después. Entonces no había entrenado a Bielorrusia], pero mi trabajo es siempre el mismo. Meter la pelota en la red".

Tras un exitoso paso por Chipre, en 2007 aceptó trabajar en la limpísima Minsk. Con una banda y Aleksander Hleb, ha ganado a Holanda y logrado empates con Argentina y Alemania, aunque no se ha clasificado para el Mundial. Seguramente su corazoncito en el campeonato estará con Corea del Norte, su más que probable próximo destino. Sólo falta que alguien le pase a Kim Jong Il el currículum de un tal Bernd Stange. Dicen que en Pyongiang no se ve un chicle por el suelo.