miércoles, 16 de diciembre de 2009

Elogio de Berlusconi. Aunque sea sólo uno...

Por Rocheteau
Prefazio: Si un día asesinasen a Berlusconi, no estaría triste. Al menos, no mucho. Concediéndome unas gotas de humanidad, intuyo que algo de pena podría llegar a darme. Pero menos que por cualquier otro ser humano de este profusamente poblado planeta. Lo cual no me hace muy original. O tanto como si te mola Obama, llevas un iPhone y te gusta ver al Barça. Pero FNF exige riesgos. Como elogiar a Berlusconi.

Fatto: Massimino Tartaglia tiene 42 años, vive en Cesano Boscone, en la periferia con acento albano-senegalés del suroeste de Milán y daba todos los días 150 pasos desde su casa al Bar Principe. Allí, una vez por semana, con puntualidad y proceder algo maníacos, echaba el totocalcio (quiniela) y apostaba sus eurillos a los partidos de fútbol.

No se sabe si el chico era interista o si la victoria del Palermo en San Siro le jodió un pleno al quince. Sí que era un profundo antiberlusconiano, pero no un izquierdista irredento, como quiere hacer creer el coro de gremlins que gobierna Italia y saca lustro a las suelas alzadas del Cavaliere. Junto a la caja del bar Principe, al que MAssimino iba cada mañana, reluce una tarjeta enmarcada con el siguiente lema: "Vincere e vinceremo". Manuscrita por el puño y letra de un tal Benito Mussolini.

Massimino, que así llamaba su madre a Massimo (con 42 años), solía comprar baratijas como el Duomo con el que le partió la cara al divo catódico. Se las regalaba alla mamma al volver a casa para hacer las paces. No era un hortera, sino un trastornado. Quizás ambas cosas.

Antefatto: No suele ir después del fatto, pero valga la licencia para volver a los tiempos de Arrigo Sacchi. Ese don nadie con pinta de funcionario de provincias y voz atiplada que aterrizó en 1987 al Milan desde Parma (bueno, más que aterrizar, tiró p'alante 200 kilómetros de autopista siempre con niebla). A alguien que da órdenes en los entrenamientos con megáfono nadie en su sano juicio le habría dado una grande squadra. Es lo que tienen los megalómanos: cuando fallan se arruinan; cuando aciertan, los cabrones se cubren de gloria. Como Berlusconi.

Tras una victoria poco lucida en Pisa en la primera jornada, la Fiorentina de Roberto Baggio lo machacó en San Siro y en Cesena no pasó del empate a cero. Gullit parecía un aborigen en la quinta avenida y Van Basten uno que pasaba por allí. Cuenta Sacchi en La Gazzetta que Berlusconi bajó al vestuario y dijo: "Tengo la máxima confianza en el entrenador. Quien lo obedezca seguirá y quien no lo haga tendrá que irse. Buon lavoro a tutti". Y se fue por donde vino. Aquel día nació uno de los mejores equipos de todos los tiempos. ¿Cuántos presidentes serían capaces hoy de algo similar?

Vamos, que se puede ser un caracartón, un mafioso, un demagogo bananero y hasta tener sus cosas buenas. Igual que se puede escribir un elogio de Berlusconi. Aunque sea sólo uno...

lunes, 14 de diciembre de 2009

La camiseta del capitán de Honduras

Por Óscar Flores L. (Desde Tegucigalpa)
Desde aquella madrugada en que varios soldados lo sacaron de su casa en pijama –los balazos no le dieron tiempo para preocuparse por el qué dirán ni en las apariencias-, todo lo que tiene que ver con Manuel Zelaya es noticia. Y no sólo en Honduras.

Por eso no es de sorprenderse que una camiseta, cuyo valor no pasa de los cincuenta dólares, haya provocado un alboroto nacional que se llevó de encuentro a Amado Guevara, el capitán del equipo hondureño.

El embrollo lo provocó, al parecer sin querer, Flor Guevara, la madre del futbolista, un día después de que Honduras lograra en El Salvador la clasificación a Sudáfrica: “Le dije a mi hijo que le quería regalar una camiseta suya a quien sigue siendo, para mí, el legítimo presidente del país: Manuel Zelaya. Y él me respondió que sí”, recuerda la señora Guevara.

Y sigue contando: “La misma noche que logramos el pase al Mundial le recordé a Amado el asunto de la camiseta y me dijo que con todo gusto”. Flor Guevara fue a una tienda, compró una camiseta original y el capitán le puso su firma y el siguiente mensaje: “Para señor presidente Manuel Zelaya de su amigo Amado Guevara”.

Lo raro es que el capitán hondureño había estado unas horas antes en un homenaje que les hicieron a los seleccionados en casa de gobierno, y en el transcurso de su discurso dijo: “Gracias al presidente Roberto Micheletti por haber compartido con nosotros este momento histórico”. (Micheletti es quien tomó el lugar de Zelaya apenas unas horas después de que éste fuera mandado al exilio).

Micheletti, el demonio
Aunque Amado no tiene inconveniente en decirle “presidente” a uno y a otro, su mamá es clara y tiene varios calificativos para Micheletti: usurpador, golpista, mentiroso. Y también le dice “demonio”.
Al igual que la población, la prensa hondureña quedó dividida en quienes son afines a Zelaya y en aquellos que defienden a Micheletti. Ambos lados hicieron su fiesta con la camiseta. Incluso circuló en algunos medios electrónicos que “Amado Guevara le regaló al presidente Zelaya la camisa con la que jugó el día de la clasificación”.

Y de paso alababan lo que llamaban el compromiso del capitán con la democracia, su oposición firme al golpe de Estado, su amor por el pueblo, su odio por la oligarquía explotadora y otras definiciones que se han convertido en panfletarias debido al uso excesivo.

Pero Amado lo negó todo un día después desde Miami, ciudad en la que hacía escala rumbo a Toronto (juega en la Mayor League Soccer). “La noche que jugamos contra El Salvador usé dos camisetas… Una se la di a Jonny Palacios –compañero de selección-, y la otra a mi esposa”, se defendió. Y remató: “Ni siquiera soy amigo de Mel Zelaya”.

Entonces salieron los periodistas del otro bando y acusaron a Mel Zelaya de mentiroso.
“Ha quedado demostrado una vez más que ese señor no tiene valores morales y que distorsiona la realidad”, ladraron. “Nunca dije que esa camiseta era una de las que usó mi hijo ante El Salvador; jamás oculté que fui a comprarla… Incluso tenía la etiqueta”, dice Flor Guevara.

Pero al final, lo más seguro es que Mel Zelaya les cuente algún día a sus nietos que tiene la camiseta que Amado Guevara usó aquella noche en que Honduras logró la clasificación al Mundial de Sudáfrica. Después de todo, ¿cuándo hemos escuchado a un político decir la verdad?

jueves, 3 de diciembre de 2009

Negro, esclavo y portero del PSG













Edel, con la selección de Armenia. No cuadra, ¿verdad?

Por Rocheteau
La abuela de Apoula Edel no recogía algodón, como la de Michelle Obama. Es lo que le pasa a los negros de África. Molan menos que los americanos porque nadie les ha hecho películas. La diferencia es que Michelle Obama usa deportivas de 200 dólares para darle sopa a los pobres y los negros como Apoula Edel siguen recogiendo los algodones del siglo XXI. En su caso, dentro de una portería.

Apoula Edel es camerunés, se peina con trenzas a lo Allen Iverson y parece el primo cachas de un portero de discoteca en Yaoundé. Los críos del barrio crecieron soñando con convertirse a Samu Etoo, pero a Apoula le tiraban más Tommy N'Kono y, sobre todo, Pierre Ebedé (hoy portero del AEL Limasol chipriota).

El chico presentaba maneras. Y por allí apareció un hombre blanco, agente de jugadores [o mayorista de algodón, según se mire], que lo cogió por la pechera, junto a otra promesa, Carl Lombé, y les prometió un viaje a Armenia para probar con un club puntero. Les habló de la belleza de Armenia, un país igual de bonito y desarrollado que Francia.

¿De Camerún a Armenia? No sonaba muy sexy, la verdad. Pero sus padres no trabajaban. Estaba harto de los cursillos de pastelería con los que compatibilizaba el fútbol. Y Apoula se dijo que si le quitaban los grilletes de la pobreza, ya se encargaría él de progresar poco a poco.

Con 15 años aterrizaron Apoula y Carl en este trastero ex soviético de cemento y noches a las cuatro de la tarde. Les requisaron el pasaporte. Se enteraron de que el mayorista de algodón les había vendido sin su consentimiento. Y cuatro días después les dieron sus nuevos pasaportes como egregios ciudadanos armenios. Que el presidente de su nuevo club, el Pyunik Erevan, lo fuese también de la Federación de Fútbol armenia ayudó a agilizar los trámites de la nacionalización forzosa y unilateral.

Sí, en el fútbol sigue existiendo la trata de negros.

Ya puestos, Apoula y Carl no tuvieron más remedio que ponerse a jugar al fútbol. Y no lo hacían mal. Así que, como no había mucho donde elegir, Armenia les convocó para la selección sub 19. El camerunés (perdón, armenio forzoso) fue el mejor portero del europeo de 2005 y, tras 60 partidos con la sub-19, le llamó la absoluta.

Armenia no es Francia

Apoula había descubierto que Armenia no es Francia. Pero no sabía que los grilletes también pueden ser invisibles. Intentó irse del país, pero necesitaba el tránsfer del presidente de la federación armenia. "Nanai" fue lo que oyó, se diga como se diga en armenio.

Jugó con la absoluta (y hasta arrancó un empate contra Rumanía en 2004). En 2005 hizo varios ensayos con clubs franceses, pero sus propietarios pidieron ¡un millón de euros! por el esclavo. Sólo en 2006, gracias a un ex entrenador suyo en el Pyunik Erevan, que ahora lo era del Rapid de Bucarest, consiguió salir de la cárcel armenia (mintiendo: aseguró que tenía un ensayo con el Benfica) tras cuatro años y cuatro títulos de campeón.

Allí le cedieron a un equipo belga, La Gantoise, volvió a Bucarest (el chico ya estaba hecho a la abulia cromática del este de Europa) y firmó una buena temporada con el Rapid. En la UEFA se enfrentó al Paris Saint-Germain, que apuntó su nombre en la libreta. Al terminar el año, en 2007, se incorporó al equipo de la capital gala por 100.000 euros.

Apoula escribió a la UEFA explicando que sí, que oficialmente él había jugado con Armenia, que en sus papeles ponía que era armenio y lo era de hecho, pero que todo fue un montaje y que quería competir por Camerún, donde Paul Le Guen le haría un hueco como segundo de Carlos Kameni. Pero la apostasía está tan jodida en la UEFA como en el Vaticano y el pobre Apoula sigue esperando.

El pasado domingo, Apoula salió al campo después de que Grégory Coupet se partiese el tobillo él solito. Ayer fue titular en la victoria 2-5 del PSG en Boulogne, la patria chica de Ribéry. Y el fin de semana será titular en el campo del Girondins de Gourcuff. A FNF le pega muy poco el rollo lacrimógeno, pero yo este domingo, por primera vez en mi vida, voy a desear que gane el PSG.