
Nuestra historia empieza con una frase simple: Kosovsko Mitrovica era una ciudad con dos puentes. Pero estalló la guerra de Kosovo. La dinamita voló en pedazos el puente del oeste en 1999. El odio y los francotiradores inutilizaron el puente del este. Y la vida, como las frases, dejó de ser simple en Kosovsko Mitrovica.
Milos Krasic, extremo izquierdo de la Juventus, entonces era sólo un chaval y todavía recuerda cómo los miles de serbios que vivían al sur del puente se mudaron al norte, y tantos vecinos kosovares partieron al sur, cuando empezaron las miradas aviesas. Siguieron los linchamientos. Luego se impusieron los tiros. “Antes, cruzar el puente era normal. En el otro lado tenía compañeros de escuela. Hasta 1999 no fue una ciudad dividida”.
Krasic dejó de ver a sus amigos del otro lado y quedó una línea de aire sobre el río Ibar, una frontera hecha de nada, que se convirtió en el confín mental de dos pueblos enfrentados. De la nada hacia el sur, Kosovo. De la nada hacia el norte, Serbia. Y lo que era una ciudad con dos puentes, sus 15.000 serbios al norte y sus 65.000 kosovares al sur, se convirtió en la primera trinchera de la guerra.
Este domingo Krasic salvó a la Juve ante la Lazio con un gol en el último minuto. Krasic, el hombre “casi”. Casi tan bueno como Nedved, casi tan desequilibrante como Nedved, casi con el disparo de Nedved, casi con la melena tan tupida como Nedved…

Con Jovanovic bajo las bombas
Pese a todo, los buenos siempre fueron los kosovares. Los malos, los serbios. Por eso el 17 de febrero de 2008 la comunidad internacional, tan enemiga de los secesionismos, terminó permitiendo la discutible independencia de Kosovo (que, si no es Serbia, es Albania pero no un país independiente).
Seguramente los serbios son tan malos como nos contaban. Pero los kosovares quizás no tan buenos. El caso es que cinco años después de la reconstrucción (con un rígido reclutamiento de un obrero kosovar por cada obrero serbio) del ahora flamante puente oeste de Mitrovica, los serbios de la mitad norte siguen pensando como Krasic: “Sé que hay mucho odio pero entiendo que los serbios sigan pensando que Kosovo forma parte de su patria. No quieren sentirse extranjeros en su propia tierra: pelearán por seguir allí”.

Con 14 años, Krasic partió a Novi Sad, para jugar en la Vojvodina. Con Jovanovic, hoy en el Liverpool, subieron al techo de su residencia. Allí vieron cómo las fuerzas de la OTAN volaban el puente de la libertad que unía las dos orillas de la ciudad. Jovanovic le convenció para que se resguardaran. Krasic seguía allí, petrificado. “Tenía más miedo por los demás que por mí”, dice hoy. No era la primera vez que veía un puente saltar en pedazos. Tweet